Carl Menger y el Libro que Cambió para Siempre la Economía


Menger no era un economista clásico.
Hasta el tercer tercio del siglo XIX, la mayoría de los economistas creía que los precios dependían de condiciones objetivas: cuánto tiempo llevaba producir algo, cuántos recursos requería, qué tan compleja era su fabricación. Marx, por ejemplo, sostenía que el precio de un bien se basaba en el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlo.
Ese enfoque eliminaba al ser humano de la ecuación. Los precios eran algo técnico, casi ingenieril. Nada que ver con decisiones, deseos o preferencias. El mercado era una máquina que funcionaba sola, sin alma, sin conciencia.
Pero había una paradoja que nadie podía explicar con esa lógica: la paradoja del agua y los diamantes.
¿Por qué el agua, que es esencial para la vida, cuesta menos que un diamante, que no necesitamos para sobrevivir? Si los precios dependen de la utilidad, ¿cómo puede ser que algo tan útil como el agua valga menos que algo tan prescindible como una joya?
Adam Smith la mencionó, pero no pudo resolverla. Marx la evitó. Menger la destrozó.
Lo hizo con una sola idea: la utilidad marginal.
La clave no está en la utilidad total, sino en cuánto valor tiene la última unidad disponible de un bien. En un mundo lleno de agua, una botella más no tiene mucho valor. Pero un diamante, escaso, raro, único, tiene una utilidad marginal enorme. No porque lo necesitemos, sino porque hay pocos.
Así, Menger cambia el enfoque: los precios no nacen de lo que cuesta producir algo, sino de lo que los humanos están dispuestos a dar por una unidad más de eso.
Eso implica algo profundo: la economía es una ciencia social. Estudia cómo las personas, con distintas escalas de preferencias, toman decisiones con recursos limitados.
Y el mercado no es una máquina. Es un proceso de coordinación espontáneo, nacido del choque —y luego la conciliación— de millones de decisiones individuales. No impuestas desde arriba, sino emergentes desde abajo.
Menger devuelve el alma al mercado.
Este enfoque subjetivista también abre la puerta a repensar la teoría del dinero. En el último capítulo del libro, esboza su célebre teoría sobre el origen del dinero y su valor en función de la liquidez. Un concepto que, décadas después, seguiría siendo uno de los pilares más sólidos de la teoría monetaria austríaca.
Y pensar que lo escribió a los 31 años.
La claridad con la que expone ideas complejas es admirable. El libro parte desde lo básico —¿qué es un bien económico?— y avanza de forma progresiva hacia el corazón del sistema económico: cómo se determinan los precios, cómo se organiza la producción y cómo se intercambian los bienes.
Leerlo hoy no es un ejercicio académico. Es una experiencia de lucidez intelectual.
Carl Menger no solo fundó una escuela. Fundó una forma de ver el mundo donde el individuo es el centro, no una variable secundaria. Donde el valor no está en las cosas, sino en cómo las valoramos.
En tiempos donde las ideas se repiten sin pensar, volver a Principios de Economía Política es un acto de rebelión intelectual.
Un recordatorio de que toda gran transformación empieza con una pregunta incómoda.
Y con alguien dispuesto a responderla.
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