¿Por qué el socialismo no puede asignar eficientemente los recursos?

Durante décadas, economistas y planificadores estatales intentaron encontrar una fórmula mágica para asignar eficientemente los recursos sin necesidad del mercado. Uno de los intentos más conocidos fue la matriz de Leontief, creada por el economista soviético Wassily Leontief. Este sistema buscaba reemplazar la mano invisible del mercado con cálculos centralizados y matrices de coeficientes fijos.

Pero hay un problema estructural: la economía no funciona como una fábrica de robots programados, sino como un sistema vivo donde las personas toman decisiones. Y cuando se ignora esto, se cae en errores fatales.

La economía es acción humana

A diferencia de las ciencias naturales, la economía estudia a seres humanos. Y los humanos no siguen matrices, toman decisiones. Actúan en función de sus fines, de sus valores, de sus circunstancias. El socialismo parte del supuesto de que puede predecir esas decisiones a través de ecuaciones. Pero eso no solo es ingenuo, es peligroso.

El problema del cálculo económico fue desnudado por Ludwig von Mises. Mostró que, sin precios, es imposible saber si una acción económica es eficiente o no. Los precios actúan como señales que permiten comparar alternativas. Son como el sistema nervioso de la economía: sin ellos, es imposible coordinar.

Sin precios, no hay economía

Un sistema centralizado que ignora los precios se queda ciego. No puede determinar cuánto vale algo. No puede saber si es mejor usar hierro o plástico. No puede decidir si construir un hospital en una ciudad o en otra. Y cuando eso ocurre, el resultado no es eficiencia: es miseria.

La historia lo confirma. El socialismo fracasó porque no pudo asignar recursos. Las consecuencias no fueron abstractas. Se tradujeron en desabastecimiento, pobreza y hambre real. Millones de personas pagaron con sus vidas los errores teóricos de un sistema que pretendía planificar sin información.

El mercado no es un capricho

La razón por la que el mercado funciona es porque permite la libertad de elección. Las personas deciden qué producir, qué consumir, qué ahorrar. Y esas decisiones se coordinan a través de un sistema de precios en libre fluctuación.

Cuando un bien escasea, sube su precio. Ese aumento envía una señal: producir más, consumir menos. Lo mismo ocurre en sentido inverso. No hace falta que un burócrata dé órdenes: el mercado corrige solo.

El socialismo no solo es ineficiente, es injusto.

Al no contar con precios reales, el sistema socialista debe imponer decisiones por la fuerza. Como no puede convencer, obliga. Como no puede calcular, reprime. Y eso genera no solo pobreza, sino también pérdida de libertad.

El capitalismo, con todos sus defectos, permite elegir. Y la elección libre es el principio más justo que puede tener una sociedad.

La estética también importa

Hasta en lo visual, el socialismo fracasa. La arquitectura soviética es un ejemplo claro. Edificios grises, uniformes, sin vida. Todo pensado para la masa, no para el individuo. El resultado fue una estética tan pobre como su economía.

Mientras tanto, el capitalismo florece en creatividad, en diseño, en diversidad. Porque cuando hay libertad, hay belleza.

La inflación: el impuesto más injusto

Un punto central en la crítica económica al estatismo es la emisión monetaria. Cuando el Estado imprime dinero sin respaldo, no crea riqueza. Lo que hace es robarle valor a los ahorros de la gente. Es una transferencia forzada: el impuesto inflacionario.

Y quienes más sufren la inflación son los pobres. Porque no tienen herramientas para proteger su poder adquisitivo. Mientras tanto, los políticos siguen financiando su despilfarro con billetes que cada vez valen menos.

¿Libre elección de moneda?

Una solución real es eliminar el monopolio del dinero. Permitir que cada persona elija en qué moneda confiar. La libre competencia monetaria es tan lógica como la libre competencia en cualquier otro mercado. Y sería el primer paso para terminar con la estafa inflacionaria.

El verdadero progreso nace de la libertad

No hay planificación central que pueda reemplazar la acción humana. No hay burócrata que pueda anticipar mejor que el propio individuo lo que necesita. Y no hay sistema más justo que uno donde nadie impone, sino que todos eligen.

Por eso, cualquier teoría que intente ignorar el sistema de precios está condenada al fracaso. Y cualquier intento de justificar el socialismo desde la eficiencia, es como hablar de vacas violetas que vuelan.

La libertad no solo es moralmente superior. También es más eficiente, más productiva y más humana.

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Miguel Hernández
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