Memoria costera, tiempo geológico y el frágil futuro de Puerto Rico


Las primeras historias en las que creí no venían de los libros, sino de la marea. Mi abuela solía decir que el océano sabía cuándo alguien mentía. “Se echa para atrás,” susurraba, “igual que la gente.” Para ella, y para muchas personas en las costas de Puerto Rico, el mar no era paisaje. Era un anciano. Un archivista. Una campana de alerta.
Y tenía razón. Los huesos de esta isla vienen del océano: nacieron hace millones de años por erupciones submarinas y sedimentos marinos empujados hacia la superficie por fuerzas tectónicas (van Gestel et al., 1998). Aún hoy, los acantilados de Isabela, las terrazas de piedra caliza en Arecibo y los manglares arenosos de Humacao dan testimonio de ese origen violento y hermoso.
Pero hemos olvidado cómo escuchar.
Hoy nuestras playas desaparecen. La arena de Ocean Park retrocede un poco más cada año. Los manglares se ahogan bajo el aumento del nivel del mar. Los desarrolladores, protegidos por permisos y silencios políticos, construyen mansiones sobre dunas inestables. Y los arrecifes, que antes nos protegían como rompeolas naturales, se blanquean y colapsan a un ritmo mortal (Hernández-Delgado, 2015).
Lo que colapsa no es solo una costa. Es una intimidad geológica.
Las comunidades costeras puertorriqueñas han cultivado por generaciones lo que ahora se conoce como Conocimiento Ecológico Tradicional (CET), aunque para ellas, simplemente es vivir. En Maunabo, los pescadores marcan el inicio de las tormentas por cómo cambian las corrientes y el color del cielo. En Loíza, los mayores sienten cuándo la tierra se inquieta. No son metáforas. Son prácticas afinadas por la experiencia.
Y, sin embargo, ese conocimiento rara vez se incluye en los planes de infraestructura o adaptación climática. Las comunidades costeras son estudiadas, encuestadas, desplazadas… pero casi nunca escuchadas.
Para adaptarnos a lo que viene, debemos volver a lo que ya sabemos: que la erosión es tanto física como cultural, que el riesgo no solo se mide en centímetros de subida del mar, sino también en la pérdida de memoria, lengua y confianza.
Vienen del océano, no solo los huracanes y las olas de calor, sino también los cimientos de esta isla, y la sabiduría de quienes aún recuerdan sus ritmos antiguos.
Si no incluimos esas voces, si hacemos planes desde oficinas y no desde las playas, corremos el riesgo de perder más que tierra. Perdemos la capacidad de quedarnos.
Y quedarse es un acto de resistencia. De memoria. De escuchar las olas no como ruido, sino como testimonio.
Referencias
Berkes, F. (2018). Sacred ecology (4th ed.). Routledge.
Hernández-Delgado, E. A. (2015). The emerging threats of climate change on tropical coastal ecosystem services, public health, local economies and livelihood sustainability of small islands: Cumulative impacts and synergies. Marine Pollution Bulletin, 101(1), 5–28. https://doi.org/10.1016/j.marpolbul.2015.09.018
Rebollo Díaz, V. (2025, June 25). Aprovechar el conocimiento ecológico tradicional para la adaptación al cambio climático. Ethic. https://ethic.es/conocimiento-ecologico-tradicional-adaptacion-cambio-climatico
van Gestel, J.-P., Mann, P., Grindlay, N. R., Dolan, J. F., & Escalante, G. (1998). Structure and tectonics of the upper Cenozoic Puerto Rico–Virgin Islands carbonate platform as determined from seismic reflection studies. Journal of Geophysical Research: Solid Earth, 103(B6), 30,505–30,530. https://doi.org/10.1029/98JB02341
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Aydasara is an educator, researcher and writer.