El pana con el que correré 100 millas

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Culillo
Hoy estoy que me voy por la pata abajo. Llevo tres días sacándole el cuerpo al entrenamiento y acabo de reflexionar por qué lo estoy haciendo.
Debería estar acumulando los 20 km que tengo programados para hoy, pero en vez de eso, le estoy sacando el cuerpo a la responsabilidad. Se me vienen varios pensamientos a la cabeza: que no tengo audífonos, que tengo que comprar una sopa para prepararla y empacarla en un softflask, que los tenis están mojados...
Tengo mil excusas, pero la responsabilidad sigue ahí. Me observa a través de la ventana, cubierta por una sábana, y no me deja en paz el pensamiento. Sí o sí tendré que entrenar a las siete de la noche porque ya no hay más tiempo para procrastinar.
Llevo dos días esta semana evitándolo, y eso sin contar los dos o tres días que, durante el último mes, he dejado de entrenar cada semana. No hay otra razón: tengo miedo. Tengo mucho pánico de lo que se siente correr en las condiciones en las que voy a correr.
En 16 días estaré cruzando una y otra vez el cañón del Chicamocha, y eso me tiene paniqueado. Inconscientemente he empezado a pensar que cada kilómetro me va a hacer sentir el mismo dolor, y eso evita que yo esté ahora mismo corriendo por las montañas. Es tanto el miedo que cada vez tengo más ideas para procrastinar… escribir este blog, por ejemplo.
Otra dimensión
Un mes atrás estuve viendo el documental The Chase. Allí conocí al grandioso Michael Verstegg. Muchos atletas se refirieron a él como una persona muy fuerte física, mental y espiritualmente.
Inmediatamente puse en contraste sus tres dimensiones con mis escasas dos dimensiones. Mientras Mike pone sobre la balanza el espíritu para hacer una buena carrera, yo tengo mi físico y mi cabecita, que constantemente tiene que soportar mis asedios. ¿O tal vez yo tenga que soportar los suyos? Nunca lo sabremos…
El nivel físico se puede medir. Basta con entrar a Strava y ver las líneas que suben y bajan, midiendo tu fitness, fatiga y forma. Tu estado mental no es medible, pero es perceptible.
¿Pero uno cómo hace para darse cuenta si está o no corriendo con el espíritu santo?
Pues ajá, lo sabes. Es una pregunta cerrada con única respuesta. Lo haces o no lo haces.
Eso me tiene dando vueltas desde hace varios días, hasta que alguien me confrontó con las cosas que odio confrontar:
—¿Y qué tal si lo que te falta es creer en Dios? —me dijo.
El pana
Mi relación con Dios está lejana desde hace varios años. En los momentos en los que los rayos caen mientras estoy trepando cerros con un par de bastones, me acuerdo de él y le suplico que se acuerde de mí. Ajá, ¿pero y el resto de los días?
Resulta que mi relación con el pana fue tomando distancia por la incoherencia de las personas que profesan las múltiples religiones que hablan y se jactan de tener la verdad absoluta sobre él.
Me cansé de las personas que decían que Dios creó este mundo para todos, pero también decían que los animalitos son la carne que nos provee el Señor. Como si su único propósito fuera existir para suplir la incansable demanda energética que necesitamos para ver Netflix en las noches.
Me cansé de las personas que dicen amar al prójimo, pero que se cambiaban de acera una vez dejé de ir a su iglesia.
Me cansé de los pastores que hablan de dirigentes políticos con la excusa de “Quien se revela contra su líder se revela contra Dios”.
Y en fin… muchas cosas que, dentro de mi forma de ser, no van de la mano.
El tema es que eso no tiene que ver con Dios, tiene que ver con la interpretación que cada quien le da a él. Así que bueno, he decidido salir a entrenar hoy con el pana y mostrarle mi lugar feli’.
Afortunadamente, el pana es el único que me puede acompañar en mis entrenamientos de 20 km diarios.
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